viernes, 24 de septiembre de 2010

FANTASIAS SEXUALES DE GEORGINA



Soy una mujer de veintitrés años con muchas fantasias sexuales, lectora y estudiante de doctorado en una gran universidad canadiense. Y ya basta de vida real, ahora vamos al sexo y a las fantasias sexuales. Sólo he tenido cuatro compañeros, todos hombres mayores, muy tradicionales y convencionales.
La masturbación y el orgasmo son dos cosas que descubrí durante los últimos cinco meses, más o menos. Las fantasias que tengo cuando me masturbo varían constantemente. Tratan de simples encuentros con hombres que conozco y que me atraen, o bien de la dominación a manos de un hombre imaginario, o más a menudo, de una mujer. Voy a narrar una fantasía sexual completa, aunque sólo con imaginar alguna parte ya puedo correrme.

Fantasias sexuales

Una lesbiana varonil pero muy atractiva me ha convencido para que me vaya a su casa. De camino, nos detenemos en unos almacenes y me obliga a probarme ropas de su elección.
Ella me mira mientras me las pruebo. Me trae una delicada camisola beis y me dice que me la pruebe sin el sujetador.
Yo obedezco. Ella está detrás de mí, frente al espejo, y de pronto me pone una mano en el pecho y otra en el pubis y me besa en el cuello.
Luego me ordena que me ponga mi ropa sobre la camisola, me está obligando a robar.
Llegamos a su apartamento, en un rascacielos. Cogemos el ascensor (vive en uno de los pisos más altos), y cuando se cierran las puertas me mete la mano agresivamente bajo la falda y me agarra el coño obscenamente (en los almacenes me ha quitado las bragas) y me mete la lengua en la boca.
Su cuerpo me presiona contra la pared del ascensor. Yo protesto. «Chris, suelo llamarla Chris, todavía no, ¿Y si entra alguien?
Pensarán que eres una lesbiana, como yo. Todo el mundo sabe que lo soy.


Me arrastra a su apartamento, tirándome del brazo. Cuando entramos, me aplasta la cara contra la pared mientras se quita sus zapatos primero y luego me quita los míos.
Me empuja hacia el salón y allí me acaricia y me provoca antes de servirse un aperitivo. Luego se sienta en el sofa.
Quítate la ropa, me ordena. Yo estoy de pie delante de ella. Me quito la ropa hasta quedarme sólo con la erótica camisola. ¡Date la vuelta! Yo obedezco tímidamente. (Tengo un aspecto muy tímido y femenino, allí de pie, medio desnuda, con mi largo pelo rizado atado en la nuca.) Ella hace rudos comentarios de admiración sobre mi culo y mis piernas.
Ahora agáchate. Tócate los pies. Yo lo hago. Me siento muy humillada, muy vulnerable. Luego me dice que me dé la vuelta y que juguetee conmigo misma.
Yo suspiro hondamente, pero por fin obedezco, totalmente humillada. Ven aquí. Arrodíllate. Yo obedezco y ella me sonríe con perversión. ¿No sabes que no está bien tocarse así?, ¿no lo sabes?.
Me tumba sobre sus rodillas y empieza a darme azotes, al tiempo que me frota el clítoris con la otra mano. Yo estoy cada vez más cerca del orgasmo, y ella me insulta por eso.
Variaciones: aveces me ata las muñecas con la cinta que llevo en el pelo, y otras veces me obliga a beber de golpe su copa, y lame el licor derramado por mi cuello y barbilla.


Se cansa de pegarme antes de que yo me pueda correr, y me hace arrastrarme al dormitorio, donde me obliga a desnudarla como si yo fuera su esclava (desabrochándole el sujetador con los dientes, la lenceria sexy, etc.). Me pone un collar de perro y me ata las manos y los pies con unas correas que pueden atarse entre sí o a los cuatro postes de su gran cama.
Yo me arrodillo dócilmente a los pies de la cama, con las muñecas atadas al poste que hay detrás de mí, y ella está de pie ante mí, restregándome el coño por toda la cara. Luego me ordena chuparla. Y continuamente me amenaza con castigarme si no lo hago bien.
Yo lo hago lo mejor que puedo, y ella se corre dos o tres veces, empapándome la cara. Ya satisfecha, se arrodilla y lame sus propios jugos de mi cara. Me dice suavemente que, aunque he hecho lo que he podido, no ha sido bastante, y debe castigarme. Me abofetea, tengo la cara cubierta de saliva y jugos genitales, y luego vuelve a atarme las muñecas, una a cada barrote del pie del sofá, de modo que estoy de rodillas en el suelo con los brazos extendidos, de cara al sofa.
Pone un otomán de piel entre el sofa y yo, dejándome incómodamente estirada. Luego coge una porra dura de cuero, me frota la cara con ella, me obliga a besarla, me masturba un poco con ella y me obliga a lamer mis jugos. Yo acabo suplicándole que me pegue con ella, cosa que al fin hace.
Me obliga a pedírselo una y otra vez. Sus rudos comentarios humillantes me excitan muchísimo. Y la fuerza de sus golpes me hace pegar el coño al otomán. Yo intento frotarme furtivamente contra él. Ella lo advierte y me insulta cruelmente. ¡Coño asqueroso! ¡Te estás follando una puta silla! Puta calentorra. Ven, que te voy a ayudar a follarte a tu silla, dice.
Entonces tira la porra y me embiste el culo con el coño. Sigue con sus crudos comentarios y me pellizca los pezones, mientras me empuja contra el otomán. Venga, coño, a ver cómo te corres! ¡Quiero oír como te corres follándote a esa silla! Por su tono de voz sé que está también al borde del climax. Intento desafiarla y contenerme, pero es inútil. Me corro con grandes espasmos, y ella me pega el coño al culo, corriéndose conmigo. Me deja atada mientras descansa.
Generalmente, éste es el final de la fantasía sexual, pero a veces la continúo, para variarel relato erotico.
La imagino sentada sobre mi cara, yo estoy atada a la cama con los brazos y las piernas abiertos. O me arrastro delante de ella de rodillas y ella me conduce (con una correa atada al collar que llevo al cuello) ante unos ventanales. Luego vuelve a atarme a la cama y me hace llegar al borde del orgasmo usando varias formas de humillación, como su pie, su pezón, la porra, hasta que yo pierdo toda dignidad y le suplico que me deje correrme. Finalmente, se tumba sobre mí y hace que me corra con su muslo. Ella también se corre.
Observaciones: En esta fantasía sexual sólo se me permite correrme cuando hay desprecio o humillación, bien durante el castigo físico o después de haberlo suplicado. En la vida real no he hecho nada ni remotamente cercano a lo que ocurre en mi fantasía sexual. Nunca he intentado hacerla realidad; soy una persona bastante digna y orgullosa. Nunca me permitiría dejarme ir de esa manera, ¡y mucho menos con otra mujer!