jueves, 8 de julio de 2010
Me llamo Mary y por un impulsos sintiendo que no tenía nada que perder, le di mi fantasía sexual a leer al hombre de mis relatos eroticos.
Antes de dársela le expliqué que era sólo mi fantasía, y que esperaba que no se enfadaría ni se disgustaría conmigo después de leerla.
Con una amplia sonrisa en la cara de pervertido sexual me aseguró que no lo haría. Ni qué decir tiene que el resto del día y toda la noche estuve nerviosa y sobreexcitada sexualmente.
Imaginé su reacción ante mi fantasía y ante mí, y sus comentarios sobre lo descriptiva que era mi fantasía.
Cuando fui a recoger mi largo texto, estaba muy excitada sexualmente, me puse mi mejor lenceria y esperaba que él haría mi fantasía realidad. Pero guardó las formas y mantuvo el control, aunque se sentía muy halagado.
Yo abandoné su despacho sumida en la decepción. Le expliqué que, sabiendo que había leído mi fantasía erotica, me sentía menos obsesionada por querer hacer el amor con él.
Le dije que me sentía más relajada, ya que en mi mente había hecho el amor con él, de la única manera que él permitía.
Deseo sexual
Pero, ¡Dios mío!, todavía me consumo por él y mi deseo sexual cada vez que lo veo aumenta. He notado un cambio en su actitud hacia mí. Ahora es más reservado y no me ha vuelto a guiñar el ojo. Pero no voy a rendirme porque estoy segura de que, si espero, un día llegará el momento adecuado.
Tengo treinta y dos años, soy licenciada en la universidad y madre de un niño de nueve años. Hace once años que estoy casada.
Los últimos cinco años han sido muy felices y satisfactorios sexualmente. Nací en Georgia y cuando tenía diez años mis padres, mis dos hermanas y yo nos mudamos a Florida. Soy una buena chica muy sexy del viejo Sur, y aunque he perdido casi completamente mi acento sureño, todavía se nota, y se vuelve más pronunciado cuando me excito sexualmente.
Mis raíces, acento y lazos familiares sureños, creo, son los responsables de mi forma de ser. Por mi apariencia física soy lo que algunos hombres y mujeres describirían como «mona». Tengo los huesos muy pequeños, soy menuda y de cuerpo atlético. Mido 1 metro 52 centímetros y peso 44 kilos.
Soy morena, y mi piel es de un color caramelo bronceado.
Tengo los ojos castaños y el pelo corto y castaño con mechas doradas. Ser menuda de estatura nunca me ha ocasionado graves problemas psicológicos. Si algún efecto ha tenido, incluso en mi vida adulta, ha sido el de atraer sobre mí una atención positiva y favorable. Irónicamente, no soy el tipo de persona tímida, dependiente e insegura que uno atribuiría a alguien protegido por los demás. Soy muy sociable, con gran deseo sexual, hago amigos con facilidad y disfruto con la gente y trabajando de cara al público.
Al parecer, los hombres suelen interesarse por mí porque malinterpretan mi simpatía y creen que trato de tener contactos o «ligar» con ellos. Si me gusta una persona expreso mis sentimientos tocándola y abrazándola, porque me encanta el contacto corporal. Sin embargo, mis signos externos de afecto son normalmente asexuales.
Soy muy selectiva, y físicamente, sólo me he sentido atraída hacia cuatro o cinco hombres en mi vida adulta. Cuando los hombres, y también unas cuantas mujeres, malinterpretan mi afabilidad y se vuelven sexualmente agresivos hacia mí, siempre me sorprendo, y resulta embarazoso tratar de aclarar el malentendido. Me encanta la sensación de ser la «que controla» el deseo sexual en este tipo de situaciones. Todo ello me conduce a mi fantasía sexual más frecuente, mi preferida. La utilizo una y otra vez siempre que me masturbo con la mano (varias veces al día), o cuando uso mi teléfono de ducha y masaje. Todo lo que tengo que hacer es cerrar los ojos y concentrarme en el hombre de mis fantasías, e inmediatamente me excito y tengo que tocarme el coño ya húmedo.
El hombre de mi deseo sexual es una persona real con la que mantengo una amistosa relación de trabajo. Es unos años mayor que yo, un profesional de elevada estatura y algo barrigudo. No tiene nada de Romeo y no es ni ligón ni agresivo con las mujeres. No irradia atracción sexual, como algunos hombres, así que no todas las mujeres se sienten atraídas por él como si fuera un imán. Excepto yo. Desde que lo conocí me he sentido atraída por él tanto física como emocionalmente. A mí me resulta extremadamente sexy, con su encanto tímido y adolescente y sus grandes ojos castaños. Cuando me mira me hace sentir como si estuviera desnuda. Eso es todo lo que ha hecho: mirarme. Siempre he sido muy abierta y explícita en mis intentos por seducirlo, pero yo no le intereso lo más mínimo en lo que respecta al sexo. Le halagan mi interés y mi deseo por él, pero no le interesa tener una relación física conmigo. Su rechazo me incita aún más a tener relaciones sexuales con él, y estoy obsesionada por mi deseo.
Mis instintos de mujer me dicen que tengo un efecto positivo sobre él, que se siente atraído por mí, y que probablemente quiere follarme bien follada, aunque sólo sea para comprobar si soy tan buena amante como parezco.
Sólo tengo que verlo, sólo tiene que guiñarme un ojo al pasar junto a mí, para empezar a sentir un hormigueo en el coño y que las bragas se me empapen por completo. Nunca me ha hecho ni dicho nada, siempre procura no incitarme. Tener su polla dura dentro de mí, deseándome, sería lo máximo para mí. Pero, por mucho que lo intento, no puedo conseguir que ceda. Es demasiado fuerte para mí, y tiene un gran autocontrol. Así que me contengo cuando mi mente y mi cuerpo me piden que vaya y le meta mano en la entrepierna hasta que su polla esté dura como una roca y lista para estallarle en los pantalones.
Pero en mi deseo sexual soy yo la que tiene el control y le domina. Exploro cada centímetro de su cuerpo, y le hago todas las cosas placenteras imaginables. En mi fantasía sexual disfrutamos de horas del sexo puro, físico y salvaje que tanto deseo. En mi fantasía, el hombre está en mi casa, estamos solos, bebiendo vino y sosteniendo una conversación informal. Tenerlo todo para mí, sin interrupciones externas y tan cerca ha vuelto locas mis hormonas.
Él me habla de una antigua lesión y del dolor que le produce cuando se aviva. Me confía que la espalda le está doliendo en ese momento. Tras otro vaso de vino le convenzo de que me deje darle un masaje en la espalda y le prometo que no le atacaré sexualmente.
Él se muestra escéptico, duda, pero me sigue al cuarto de los invitados en el que tengo una cama con cuatro columnas. Él tira de su camisa y se la sube hasta la mitad del pecho. Sé que se siente nervioso por estar en mi casa, solo conmigo, y por el hecho de que pronto estaré tocando su cuerpo. Sé que se pregunta si podrá controlarse y mantener las emociones al margen.
Se tumba sobre su estómago, quejándose de que realmente no debería estar allí. Empiezo a masajear su espalda con mis fuertes manos untadas de loción, que se sienten seguras moviéndose arriba y abajo desde los omoplatos hasta los riñones. Siento que se relaja, sus músculos pierden la tensión, y los movimientos de mis manos firmes se vuelven deliberadamente lentos. Pronto noto que su respiración se hace más pesada, y sé que se ha quedado dormido, gracias al vino y a mi masaje reparador.
En silencio busco bajo la cama y saco cuatro largas bufandas que había escondido antes para utilizarlas en esta ocasión. Hábilmente, le ato las muñecas y los tobillos a las columnas de la cama, asegurándome de que las bufandas le permitirán levantarse y mover los miembros.
Me subo sobre su espalda y continúo el masaje, sabiendo muy bien lo enfadado que estará cuando se despierte, pero sin que me importe en realidad. Por supuesto, se despierta al sentir el peso de mi cuerpo sobre su espalda. Sigo con el masaje, oyéndolo reír (porque al principio le parece cómico), y luego quejándose de que le haya atado. Me dice que la broma se ha acabado y que haga el favor de desatarle, pero no está enfadado ni disgustado conmigo como yo creía. Lucha por liberar los brazos pero se da cuenta de que su empeño es fútil, pues lo he atado fuerte y diestramente. Le digo que no se resista, que me deje hacer lo que quiero hacer y le prometo que le desataré, pero tiene que ser un buen chico. Además, ya que está atado, le digo que es mejor que se relaje y disfrute de todas las cosas deliciosas que le voy a hacer. Le recuerdo que soy yo quien controla la situación ahora, y no él. Luego le quito los zapatos y los calcetines.
Empiezo a darle un masaje en el pie izquierdo, frotándole los dedos ligeramente, y rascándole alrededor del tobillo. Noto que se relaja un poco. Todavía no confía en mí. Acerco mi boca a sus pies y empiezo a lamer y chupar cada uno de sus dedos, moviendo la boca arriba y abajo, como si cada uno de sus dedos fuera un pequeño pene. Gime un poco y me pregunta por qué quiero hacer eso. Yo le contesto que adoro sus pies y que me excita mucho. «Oh Dios —me dice—, nunca nadie me había hecho esto antes; no puedo creer que sea tan agradable.» Estoy al menos diez minutos amando su pie y su tobillo, haciendo ruidos de chupeteo al subir la boca lentamente por su pierna, alzando la pernera del pantalón a medida que exploro. Sintiéndome más segura, y no oyendo ningún comentario negativo por su parte, busco debajo de él, le desato el cinturón y le desabrocho los pantalones. Estoy tan excitada ahora que las manos me tiemblan visiblemente, pero a pesar de lo grande que es, consigo bajarle los pantalones hasta los tobillos. Una vez más me siento sobre él y empiezo a acariciarle los ríñones y, con movimientos de mariposa, a masajearle las nalgas y los muslos. Empiezo a besarle la espalda junto al culo, lamiéndolo y mordisqueándolo al bajar hasta las nalgas y luego los muslos, que mantiene unidos con fuerza.
Le araño los muslos, rascándolos muy suavemente, y empiezo a mover la lengua por entre sus piernas que aún están firmemente unidas. Me doy cuenta de que abre las piernas un par de centímetros, y puedo meter mi lengua errante más profundamente. Lleva unos calzoncillos largos tipo boxeador que yo desabrocho y bajo muy lentamente. Él levanta las caderas para ayudarme. ¡Oh, Dios mío! Veo sus nalgas desnudas, magníficas, como mejillas rechonchas, por primera vez, y me excitan tanto que grito de placer sexual. Siento mis jugos fluir y resbalar por la entrepierna. Es una sensación pegajosa, pero me encanta. Me digo a mí misma que he de calmarme, que soy la que da placer, que, luego, si todo resulta como yo he imaginado, obtendré tanto como estoy dando.
Le cojo y aprieto las nalgas y entierro mi rostro en su culo, lamiéndolo y besándolo por todas partes. Cuando saco la lengua y le lamo la entrepierna, suavemente al principio, luego con más fuerza, empieza a gemir de placer y a menearse. Meto la lengua en su ano y luego voy bajando hasta los firmes testículos. Tomo cada testiculo en mi boca chupándolos con suavidad y lamiéndolos de arriba abajo con la lengua.
Está cubierto de mi saliva y yo la uso para masajear delicadamente la zona entre el ano y los testículos. Ahora, él está sobre las rodillas, tan excitado que mueve el cuerpo adelante y atrás. Como soy menuda consigo meterme debajo de él a pesar de estar aún atado. Empiezo a lamer sus tetillas, que ya están erectas, tirando levemente de ellas con los dientes. Él se echa sobre mí y puedo sentir su polla dura y completamente erecta oprimiéndome el estómago. Me pide que le desate las muñecas para poder tocar y acariciar mis tetas. Aún no me ha besado, pero nuestros rostros están tan cerca que me muero por saborearlo, chupar su lengua y, llegado el momento, paladear mis jugos en su boca. Me dice que le desate para poder tocarme el coño, para ver si estoy húmeda, si estoy preparada. Así que me ablando y le suelto, no sólo las muñecas, sino también los tobillos. Con las manos libres lo primero que hace es sacarme la fina camiseta por la cabeza y descubrir mis bronceados, plenos y erectos pechos y pezones. Jadea cuando se apodera de uno de mis pechos, abarcándolo con la mano y frotando la punta de mi pezón con el pulgar. Se lleva el pecho a la boca, chupándolo con tanta fuerza que casi grito de dolor. Me tira sobre la cama. Ahora está verdaderamente excitado, jadea, sus ojos están llenos de deseo por mí. Se desliza hacia abajo, baja la cremallera de mis pantalones cortos y tira de ellos, sacándomelos. Ahora sus manos me acarician el coño, suavemente al principio, con más fuerza después. Me dice lo mucho que le gusta la firmeza de mi cuerpo, tan atlético, y aun así femenino.
Muevo las caderas atrás y adelante, sintiendo su capullo sobre mi clítoris hinchado. Noto todo su cuerpo tenso y su corazón latiendo alocadamente a causa de su ansia por mí, pero no estoy preparada para él. Todavía soy la que da placer, y quiero chupar y saborear su polla antes de que derrame su semen dentro de mí. Me desliza hasta que mi coño está en contacto directo con su herramienta de amor hinchada y dispuesta.
Yo me escapo de su presa y muevo la cabeza hasta alcanzar su vientre. Empiezo a lamer y chupar alrededor de su ombligo, metiendo la lengua hasta dentro, escarbando en él, clavándola en él. Luego me pongo a besar su vello púbico, asegurándome de no tocarle la polla, que ha estado dura casi una hora y él empieza a estar impaciente. Sé que ya no puede aguantar más, así que le lamo rápidamente el capullo con la lengua. Él grita de placer, me agarra la cabeza con sus dos fuertes manos y la empuja sobre su pene dispuesto a correrse. Me gusta decir guarradas cuando follo, así que le digo lo mucho que me gusta su polla, lo bien que sabe y cuánto he esperado este día, este momento, durante tanto tiempo.
Siento su polla crecer aún más dentro de mi boca y sé que está a punto de derramar su leche espesa en mi garganta, mientras le como la polla. Cuando le llega el orgasmo se corre en espasmos que hacen estremecer todo su cuerpo. Me gusta el sabor de su semen, justo como había soñado que sería, y también el modo en que mana de él y chorrea por mi garganta. Cuando se ha calmado, lamo todo lo que aún rezuma, porque lo quiero todo.
Su respiración se tranquiliza y sus músculos se aflojan, todos excepto uno, su polla. Yo me tumbo sobre él, cubriéndolo con mi cuerpo, enterrando mi cabeza en su cuello y su hombro. Empiezo a chuparle la oreja con la lengua. Le digo lo mucho que lo deseo, cuánto ansio sentirlo dentro de mí, llenándome por completo. Cuando estoy mordiéndole y chupándole el cuello, toma mi rostro en sus manos con mucha suavidad y deposita su boca abierta sobre la mía. Su lengua recorre todo mi rostro, incluso mete la punta en mis ventanas nasales, y alrededor de los ojos. ¡Me encanta! En cada nervio de mi cara siento un hormigueo como si estuviera vivo. Mi coño empieza a palpitar y a contraerse. Estoy tan caliente que a duras penas puedo soportarlo. Él lo sabe porque no puedo dejar de mover las caderas. Rodeo sus caderas con mis firmes muslos y coloco el coño de manera que pueda penetrarme. Me acerco más y, con mayor determinación, empujo hasta que su polla me penetra. Cuando ya está dentro de mí, él empuja más fuerte para hacerme sentirlo todo. Mueve su polla dentro y fuera lentamente, atormentándome.
No puedo soportarlo, y le pido que me folle. «Por favor, cielo, follame con todas tus fuerzas; méteme esa polla dulce y dura hasta dentro, hasta el corazón.» Empieza a moverse con mayor rapidez, clavando su polla cada vez más profundamente. Me gusta tanto que levanto las rodillas hasta colocarlas sobre mis hombros. Estoy completamente abierta para su máquina folladora grande y dura, y nuestros cuerpos se mueven acompasados. El sonido de nuestros muslos chocando unos con otros y el contacto de sus testículos contra mí me vuelven loca. Cuando grito que me corro, introduce su polla con más rapidez y con más fuerza, más rápido y más profundo, y yo tengo mi primer orgasmo desgarrador. El sigue cabalgándome, buscando su segundo orgasmo. Yo no dejo de decirle lo buen follador que es, cuánto me gusta su verga dura, besándolo, lamiéndolo, amándolo. Lo tumbo sobre la espalda y me siento a horcajadas sobre él, manteniendo su polla a punto de reventar dentro de mí, no permitiendo que se salga.
Empiezo a «masturbar» su pene con mis músculos vaginales, apretándolo y dejando que se deslice dentro y fuera. Lo hago varias veces con mi coño abriéndose y cerrándose. A la tercera vez grita y tiene el segundo orgasmo. Siento su semen saliendo a chorro dentro de mí. Ahora estoy dispuesta a un segundo orgasmo, y empiezo a mover las caderas pero, al hacerlo, noto que su polla se ha salido. Me reclino para lamérsela y para lamer y saborear mis jugos vaginales. Estamos haciendo el 69, y siento su lengua sobre mi clítoris hinchado. Siento también su lengua introduciéndose en mí, penetrándome como un pequeño pene. Empieza a chupar y lamer mi coño, chupando su propio semen. Levanta mis piernas sobre sus hombros, enterrando su cabeza en mí. Me mordisquea, me muerde y me chupa hasta que grito que me voy a correr. ¡Oh, Dios mío, es tan placentero que no puedo aguantarlo! Me lame después de haberme corrido, y después yo lo abrazo. Yacemos el uno en brazos del otro, saboreando el momento, abrazados. Sabemos que esta tarde, por fantástica que haya sido, será la última juntos. Tendrá que vivir en nuestra memoria. No hablamos de ello, pero los dos lo sabemos.
Teníamos que estar juntos, experimentarnos mutuamente, para poder seguir viviendo. Al acompañarle hacia la puerta, se da la vuelta y me abraza. Me pregunta cómo aprendí a hacer eso con el coño, que ninguna otra mujer se lo había hecho antes, masturbarle el pene. Yo le sonrío y le digo: «Ya te había dicho que era buena, y después de haber estado una vez conmigo, me llevarás en la sangre.» Me guiña el ojo y mira en las profundidades de mis ojos. Yo siento esa palpitación y esa contracción familiares en mi coño que creía que iban a desaparecer después de esa tarde juntos.
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