jueves, 9 de diciembre de 2010

UNA LARGA HISTORIA

Hace años, del trabajo me pagaron un diplomado relacionado con las Humanidades en una universidad privada, éramos una docena de alumnos y sólo tres varones. Un cuate que estaba en un seminario para ser sacerdote, un gay abierto bastante mamón al que nadie soportaba y yo, que a pesar de no ser guapo, las mujeres me encontraban bastante atractivo por ser el único con el que podían coquetear, a pesar de que entonces estaba casado con una mujer guapa, inteligente y complaciente.

En la novena femenil había de todo, una güera –o mona como dicen en Colombia- alta, mínimo de 1.75 ms y mucho más con tacones, linda, de pelo largo, tetas de escándalo y risa fácil; una castaña que se teñía el pelo de rubio, con unas nalgas como yegua de cuarto de milla; una colombiana no muy agraciada pero con un cuerpo de tentación al que le sacaba muy buen provecho con ropa muy favorecedora; las feas normales, la gorda que nunca falta y Asunción, que se notaba estaba en la escuela por pasar el tiempo de alguna manera. Ella manifestaba de manera tácita que tenía dinero de abolengo por su porte aristocrático, por sus ropas simples pero finas y por sus modales. Casi no participaba al principio en las dinámicas grupales. Una noche, me dirigí a dejar unos libros a la biblioteca antes de que cerrara y al llegar al estacionamiento me encontré a Asunción frustrada porque su vehículo nuevecito no arrancaba –eso ocurrió antes de que los celulares fueran tan omnipresentes. Estaba a punto de llorar del coraje. Entonces me ofrecí a llevarla, al principio no quería, pero la necesidad la venció. A partir de allí fuimos rompiendo el hielo, nos confesamos los pequeños problemas en nuestros matrimonios, compartíamos ideas e hicimos algo cercano a la amistad. Me gustaba su corte de pelo, su dentadura perfecta, su ingenio.

Semanas después me preguntó que cuales serían mis planes para el fin de semana, como mi esposa, que trabajaba en una empresa que organizaba convenciones, iba a estar en Cancún, le confesé que pensaba ir al cine, ver a algún amigo y comer con mis padres, nada más.

En respuesta me dijo que si me interesaba ella iba a estar con su marido en una “cabaña” que tenían en un club de golf, ellos la utilizaban como casa de campo porque la casa-club tenía gimnasio y alberca y podía jugar golf y tenis si así lo quería. Acepté. Me dio un mapa para no perderme.

El sábado temprano incursioné por una zona de la Ciudad de México que ignoraba, muy alejada de la civilización. Arribé a un club de golf muy selecto, los guardias sólo me dejaron pasar tras confirmar que sí estaba invitado por un residente. Al llegar a su hogar, que era una mansión hermosa en toda la regla, me presentó a Daniel su marido, un tipo alto, galán y simpático.

Primero fuimos a nadar y Asunción me sorprendió, era una falsa flaca con hermosos pechos y una figura torneada. Paseamos por el club para hacer hambre, de retorno a la casa estuvimos bebiendo, comimos carnes frías que había preparado la servidumbre a la que habían despachado y platicábamos de todo y nada hasta que comenzamos a abordar temas sexuales.

Poco a poco Daniel me preguntó que si me interesaría iniciar un trío allí, con ellos. Lo pensé un rato, estaba felizmente casado pero el deseo es el deseo. Entonces nos desvestimos, Asunción se acercó a mí, me besó mientras su marido la cachondeaba por atrás, ella me jaló y me paró, quedamos en un círculo, ella a mi derecha y él a mi izquierda. Yo le metía los dedos de la mano derecha en la vagina, ella me agarraba la verga y su marido le frotaba el culo y las tetas.

De pronto sentí que Daniel me agarraba la verga, cuidadosamente, pero con pericia, tras algunos segundos ambos se agacharon y para mi infinita sorpresa se empezaron a disputar mi palo erecto, me lo chupaban y se besaban, me comencé a preocupar, era más de lo que me había imaginado. Tras cierto tiempo Asunción me jaló a una cama, nos colocamos de manera tal que ella me felaba mientras su marido se la cogía de perrito, cuando estaba a punto de venirme, ella se detuvo y se fue. Daniel y yo nos quedamos jalándonos los penes para no perder la emoción.

Asunción regresó con vaselina, desinfectante y condones. Puso a su marido boca abajo y le empezó a untar la vaselina en el culo y lo empezó a dedear, cuando el pedía más, se detuvo, se acercó a mí, me dio otra chupada y me colocó un condón. Entonces me jaló hacia su hombre y me dijo: “Métesela, si, plis”, con sus ojos hermosos y los labios que ponía en forma de corazón.

La verdad no supe qué hacer, pensé “Estos creen que soy puto o qué”, Daniel me acercaba las nalgas y poco a poco se las fui sobando y le recorrí su ranura con mi verga, me acomodé y lentamente se la dejé ir, ya que el sexo anal no es tan fácil como el vaginal, ¡estaba incrédulo cogiéndome a un hombre y agarrando ritmo!

El estaba superexcitado y gozando más que yo. Cuando terminé me quité el condón, él quiso besarme pero no acepté. Fui a la cantina a servirme un trago fuerte y a lavarme la cara, las manos y la verga. Cuando regresé a la sala, él se la estaba cogiendo armas al hombro y los gritos de ambos entre que daban susto y eran un llamado a una orgía. Acabaron.

Asunción seguía en celo y su marido reposaba. Ella se acercó a mí y quería acariciarme yo me negaba, susurraba “Qué, no te gusto ya”. Yo vacilaba, pero enfrente de mí tenía una vagina de primera calidad, reanudamos los besos y las caricias. La dedié, mordía ligeramente sus pezones sin causarle daño y cuando iba a metérsela su marido me aventó un condón, “A pelo sólo yo”, señaló. Me la cogí rico pero nervioso. Su aroma era exqusito y se dejaba hacer a mi placer.

Estuvimos diez minutos o un cuarto de hora en silencio, escuchando nuestras respiraciones acompasadas. Fui al baño, me vestí y me despedí de ellos. Salí de allí diciéndome: “Bowler no eres puto, pero no lo vuelvas a hacer”. Hasta empecé a cuestionar mi virilidad. En las semanas siguientes estuve muy cariñoso con mi esposa y distante de Asunción, me hice muy amigo de la colombiana que vivía con su hermana y una amiga en una colonia céntrica. Una noche al salir de clases, Asunción me abordó, no me dejó escabullirme y me interrogo que qué me pasaba.

Le dije que no me había agradado la experiencia de echarme a su marido, ella lloro, me explicó que su marido era varonil, pero con tendencias bisexuales y que estaba muy enamorada y prefería ver con quién se acostaba su macho. De verdad lo quería.

El tiempo pasó, yo quizá para probarme mi hombría, me fui ligando a la colombiana. Ella sabía que era casado, pero eso parecía provocarla más. Pasamos de fajes en el cine, a que me diera mamadas en los coches, a acostones en algún motel, a diferencia de Asunción que tenía muy corto el vello púbico, ella lo tenía abundante y los pechos muy generosos. Tenía gran ritmo y se movía supersabroso, era muy cachonda. Me gustaba tanto la pinche bogotana que hasta mi mujer comenzó a sospechar, pero afortunadamente el trabajo la absorbía y yo me hice el celoso para desviar la atención, ya que sabía o eso quería pensar, que me era dedicadamente fiel.

Para probar que era muy chingón, una tarde a media cogida le propuse a Eva, así se llamaba la colombiana, que se integrara a un trío con otra mujer. Me respondió muy a la mexicana, “No soy tortilla”, es decir lesbiana, y dijo que si yo apenas podía darle batería no podría con dos hembras. Pero yo insistí al notar el tono de su respuesta que se iba volviendo más dubitativo. Me dijo, “Y tu esposa qué opina”. Le respondí que no iba a ser con mi esposa. “Entonces con quién”, señaló. No me creía cuando le dije que con Asunción.

Tenía el teléfono de Asunción y al día siguiente me comuniqué con ella y pedí verla, ella no quería, herida por mi gelidez, pero al fin accedió a tomar un café. Le dije que me debía una, contestó que estaba de acuerdo que nos fuéramos de inmediato a un motel, hasta me tocó la verga por debajo de la mesa con un pie. Le dije que no, que me gustaría tener un trío en el que ella participara y yo ser el único hombre, se molestó mucho, me dijo que no era un objeto sexual ni la gata de nadie, discutimos tanto que otros parroquianos se nos quedaron viendo, se paró para irse pero yo se lo impedí y la besé con sentimiento verdadero ya que era muy seductora, nos dimos un buen faje en el estacionamiento hasta chorreó de lo lubricada que la dejé.

No me confirmó nada. Quedé con Eva en mi casa un viernes por la noche, ahora mi esposa estaba en Mazatlán, yo argumenté exceso de trabajo para no acompañarla y le hice una escena advirtiéndole que no anduviera de puta para cubrirme, ella me prometió amor eterno y se fue convencida de que el fin de semana me iba a portar de lo mejor.

La noche esperada Eva llegó con un pantalón embarrado y una blusa muy provocadora, llevaba su cepillo de dientes y una muda de ropa, para lo que se ofreciera. Al verla, olerla y tocarla pensé que era muy afortunado al tener solo para mí a ese hembrón, ya había olvidado a Asunción. Cuando tocaron el timbre supuse que era la pizza que había pedido para cenar, pero era Asunción que estaba sola.

Venía muy triste, me confesó que se había dado un agarrón con su marido porque ella quería que él le hiciera un hijo a pesar de sus joterías, pero él de plano no estaba listo para eso, él se había salido enfadado de su hogar y ella al estar sola había decidido venir a mi casa. Llegaron las pizzas y encontramos a Eva escuchando música, por cierto a The cure, se me quedó en la mente el dato, no sé por qué.

Asunción antes de ir al baño me pidió el teléfono, hablo con alguien y le suplicó que la cubriera y que dijera que había pasado la noche allá, colgó. Eva y yo empezamos a devorar la pizza, bebíamos vino. Asunción regresó en lencería negra, con liguero y todo, hasta a Eva se le antojo. La colombiana, que en cueros estaba monumental a pesar de no ser muy alta, para excitarnos más, llamar la atención o simplemente porque le vino en gana, se untó mantequilla en el coño y se empezó a fornicar a una botella de vino que aún no estaba abierta, era algo raro e íbamos de sorpresa en sorpresa esa noche, alcanzó el orgasmo con varios gemidos.

Eso desató nuestras bajas pasiones, pero no es fácil cumplirle a dos mujeres calientes, lo sabrá quien haya pasado por eso. Afortunadamente ellas se dejaron llevar y yo disfruté de uno de los espectáculos más bellos de mi vida, la pasión y arrojo de Eva y el dejarse llevar de Asunción.

El par besaba a su manera única, de forma diferente, cada una respondía a mi verga cuando la tenía adentro moviéndose peculiar, Eva cuando me la estaba atornillando, decía groserías colombianas y me hablaba de usted. Asunción suspiraba y le gustaba mucho que le lamiera el coño. Cuando se cogieron rozando sus vulvas y yo veía eso atónito, hubiera muerto feliz.

Ambas se quedaron a pernoctar, Asunción me confesó que le daba miedo dormir sola, y se quedó en mi cama matrimonial, era muy gentil y educada y cohabitamos en el lecho como si lo hubiéramos hecho mucho tiempo. A la mañana siguiente, las despedí pronto, no sin antes prepararles unos hot cakes, Eva no dejaba de excitarnos y se puso miel en las tetas que hizo le chupáramos y repitió el procedimiento con la otra a la que no le gustaba estar pegajosa. Luego se la pusieron en sus cuevitas y me la embarraron en el pene.

Se fueron, puse canciones de Pedro Infante sin mucha consciencia del por qué, me tomé unos tequilas y pensé que debía aprender todo de nuevo y meditar si debería seguir viendo carnalmente a mis dos colitas, antes de encaminarme al aeropuerto por mi mujer.

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